Lunes de otoño Ana Alcolea Mis Palabras con Letras

Lunes de otoño. Ana Alcolea

El lunes 24 de octubre asistí a una interesante charla de la escritora Ana Alcolea titulada: «Construcción de una novela«, dentro de la programación de «Lunes de otoño 2022», un ciclo organizado por la Fundación Caja Rural de Aragón.

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Lugar: Sede Central Caja Rural de Aragón, C/ Coso 80

Horario: 19:00 horas

Fecha: 24 de octubre de 2022

Precio: Entrada gratuita (era imprescindible inscribirse previamente).

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Como me gusta repetir, siempre es muy interesante escuchar y aprender de los escritores, así como conocer curiosidades sobre su forma de trabajar y aspectos de su obra.  Por eso, una parte de mi página está dedicada a hacer entrevistas a autores.  También por ese motivo, me encanta asistir, cuando puedo, al ciclo «Lunes de otoño».  Gracias a esta iniciativa,  he tenido la oportunidad de asistir a distintas charlas y os he contado las de Carmen Posadas, de Isabel San Sebastián, de María Zabay, de Rosario Raro y de María Reig.

En realidad, se trata de conversaciones entre el protagonista de cada fecha y dos escritores de novela histórica: José Luis Corral y Alejandro Corral.  El marco es incomparable, el maravilloso Salón de Columnas.  Como ya os he indicado otras veces, el formato es muy atractivo, porque van surgiendo las preguntas sin orden ni concierto, de una forma improvisada, intercambiando impresiones y opiniones. Y existe la posibilidad de adquirir las obras de los tres y de que te las firmen.

Después de los agradecimientos correspondientes, de remarcar que es un gozo estar en un espacio con tanta historia, en el que incluso han estado Einstein, Benavente o Gómez de la Serna, de subrayar la estupenda tarde que hacía en cuanto a temperatura y de que nos habíamos junto para un banquete -encuentro de escritores-, nos presentaron a Ana Alcolea, una escritora zaragozana.

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Ana Alcolea ha sido profesora en secundaria de literatura y una apasionada por escribir y transmitirlo. se ha especializado, aunque no solo, en la literatura infantil y juvenil.  Recibió el Premio Cervantes Chico en 2016 y el Premio de las Letras Aragonesas del 2019.  Es muy viajera y buena parte de su literatura está inspirada en esos mundos que ha conocido. Y es Alumna Distinguida de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.

Hablando de premios, para ella fue muy emocionante ese Premio Cervantes Chico, muy especial porque ella había estado trabajando en Alcalá de Henares, donde se otorga. No se lo esperaba, pero fue agridulce porque, cuando se lo comunicaron, hacía justo un mes que había fallecido su padre. No poder compartirlo con él fue doloroso. El acto de entrega fue muy bonito, con el teatro lleno de niños, que representan a sus compañeros. Fue uno de sus discursos más emotivos. Además, ella le debe mucho a Cervantes y a don Quijote.

Está casada con un noruego y todos los años vive en ese país unos meses (en la pandemia pasó allí más tiempo, solo salió para recoger el Premio de las Letras Aragonesas y también fue algo agridulce por la pandemia). Lleva treinta años yendo, tienen una cabaña en las montañas y Noruega es un lugar donde se vive la naturaleza de forma muy intensa.  En esa cabaña escribe y, sobre todo, lee poesía antigua china de la naturaleza, un libro -que es un diario de la vida cotidiana, de disfrutar de las cosas pequeñas- de Dorothy Wordsworth.

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Es un privilegio poder vivir en dos culturas, aunque también tiene su parte mala: tiempo separados, viajes largos,.. Además, en Noruega ha ambientado dos novelas.  Es uno de esos lugares que a ella le dicen cosas y le hablan del contacto con la naturaleza. Las montañas nos recolocan en nuestro sitio y nos dan una cura de humildad. Le gusta pensar las cosas que pasaron en cada lugar. Por ejemplo, la casa de su marido está en un barrio que, durante la II Guerra Mundial no fue un barrio, había un campo de prisioneros serbios.

Los nazis llevaron a esos prisioneros para construir los hangares para los submarinos.  Su casa es la única que tiene una orientación diferente, no se pudo construir como las demás porque justo ahí, debajo del jardín, están los restos del búnker. Eso le impactó y escribió «Donde aprender a volar las gaviotas».  Y unos años después, estuvo visitando el faro de «La noche más oscura».  Ella siempre ha estado muy fascinada por los faros (nos recordó que Zaragoza lo tenía).

Siempre ha pensado cómo sería vivir en un uno, también cuando trabajaba en Santoña y visitaba el de Ajo. Unos amigos noruegos que sabían de esa afición de Ana, les organizaron una visita a un faro muy especial y que está en un islote. Erigido en 1880, entonces no se accedía hasta allí en lancha. El faro no había tenido ningún papel en la guerra, pero sí -como le explicó quien se lo enseñó- el almacén del puerto, donde se habían puesto los chalecos salvavidas.

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Ese almacén sirvió de prisión para 195 prisioneros soviéticos a los que llevaron los nazis para construir la pista de aviación, 60 de ellos murieron en el invierno del 41 al 42, En ese almacén hay un pequeño y modesto museo, con objetos de aquella estancia de prisioneros y soldados. Y pensó que necesitaba escribir una novela. El 14 de agosto hicieron esa visita, el 18 empezó a escribirla y el 29 de septiembre llegó al Premio Anaya. Llegó la última y ganó.

Está escrita desde muchas emociones. Ella sacó los nombres de sus personajes de una lista de muertos. Luego salvó a uno, porque no pudo matarlo. De ahí, la conversación nos llevó a saber qué le llevó a ella a escribir.  Y fue una tragedia familiar. Ella tenía familia que vivía en Gabón (África) y su primo Jesús, como un hermano para ella, murió en un accidente de avioneta. Unos meses después, sintió la necesidad y el deseo de escribir algo que tuviera que ver con él.

Algo que sirviera de homenaje y para mantenerlo vivo, a través de las palabras, que tienen mucha fuerza y son creadoras. Escribió «El medallón perdido».  Eso le lleva a reflexionar que si su primo no hubiese muerto, nunca hubiese escrito ese libro. En la vida nos pasan muchas cosas y somos capaces de crear algo amable y positivo, incluso en los momentos más duros. Esa novela no es triste, aunque nació de un dolor.

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Cuando escribe una novela para adultos o para jóvenes no hace tanta diferencia, pero le gusta que sus obras las lean los jóvenes, quiere rescatar la forma de narrar de la novela de aventuras de siempre.  Quiere contar aventuras, no cosas que pasan en los institutos. Sus historias las pueden leer los chicos y la gente de más edad. Busca literatura, no los temas de moda y por eso sus libros siguen vigentes.

Además, le gusta hablar estar en contacto con sus lectores jóvenes -que están muy expectantes y con muchas ganas de actividades presenciales, de visitas ajenas al centro-, dialogar y ver las caras de entusiasmo en los jóvenes y ver que, en realidad, se mueven, en la esencia, por lo mismo que nos movíamos nosotros de jóvenes, por los universales del sentimiento, como decía Machado.

Nos confesó que «El medallón perdido» se lo rechazaron en una editorial religiosa, porque tenía poca agresividad y acción.  En cambio, a Anaya le gustó por esa razón.  Y sigue gustando, porque los lectores continúan identificándose con las emociones. De alguna manera, es buscar la belleza y contar en una frase un mundo que sea nuevo, eso es literatura.  Es fundamental que lean los niños, los adolescentes…Todos.

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Ella argumenta en sus charlas para destacar la importancia de leer que el lenguaje y el pensamiento van unidos, si no alimentos el pensamiento con lenguaje, se queda corto. La mayoría sabe que a sus antepasados no les enseñaron a leer, porque los poderosos no querían que supieran tanto como ellos, que tuvieran un pensamiento libre y crítico. La libertad viene de las lecturas, de la palabra,  Luego les habla de ser curiosos y de observar.  Y, por supuesto, escribir desde las emociones.

Muchos escriben, pero hay un problema, muchos también quieren publicar rápido y deben tener cuidado con las propuestas fraudulentas.  Ella empezó a publicar con treinta y nueve años. Hay que haber leído y vivido mucho para tener un poso.  Quiere que lean y escriban mucho, pero sin afán de publicar rápidamente.

Y volvimos a los lugares de sus novelas, reales e imaginarios.  Cuando escribió «Bajo el león de San Marcos» viajó dos veces de propio a Venecia, para tomar notas de calles, espacios, de palacios, de cuadros, de la vajillería… Tomaba notas y dibujaba en el cuaderno para poder describirlo en el libro.  Una vez que transformas una realidad en palabras, ese lugar -Venecia en este caso- lo has convertido en ficción.

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Ella ha estado en casi todos los sitios de los que ha escrito, menos en dos: en esa parte de África donde ambienta «El medallón perdido» -nunca estuvo, pero sí a través de las palabras de sus tíos y de sus primos, de lo que le contaban- y «El secreto de la esfinge», porque no ha estado en Egipto. Pero es como si hubiese estado, por uno de los libros que compró su padre.  Su padre era chapista y luego jefe de talleres del parque móvil.  Tuvo que ponerse a trabajar a los catorce años, como tanto jóvenes de la posguerra.

No había dinero en casa y el abuelo se gastó todo en casinos.  Cuando nació Ana, tuvo muy claro que a ella no le pasaría lo mismo.  Trabajaba muchísimo y ahorraba para comprar libros y viajar. Una de las colecciones que compró era de Salvat con distintos títulos.  El titulado «El descubrimiento del pasado» ella se lo sabía de memoria y, sobre todo, el descubrimiento de la tumba de Tutankamon.  Le fascinaba y quería ser egiptóloga.

Por eso, cuando se puso a escribir el libro, hace cuatro o cinco años, no necesitó ir a Egipto.  Ella se lo imaginaba por todas sus investigaciones y lo vivía, como si lo hubiese visitado. Reflejamos nuestra experiencia en el lugar, en nuestro diálogo con el paisaje, con la ciudad, A veces es idílico y a veces, no.

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Ella sabe que tiene que empezar a escribir una historia cuando hay algo que le trastoca.  Por ejemplo, la muerte de su primo o un collar que se llevó a Venecia.  En el caso de «El secreto del galeón» fue una noticia, que duró muchos meses, la que le impactó y pensó que quería escribir una novela de piratas, de tesoros en el mar, y que mueran todos los del barco.  No le salió, ni hay piratas, ni tesoros, ni mueren todos los del barco.

Pero la intención era esa.  De repente, tienes algo que te mueve. Luego viene el periodo de documentación«Bajo el león de San Marcos» es la que más tiempo le ha costado escribir, tres años y medio, es la más histórica,  Fue dos veces a Venecia,  Leyó sobre la mujer en la que está basada, Caterina Cornaro, le fascinaba.  Y pensó que quería escribir una novela en la que apareciera ella.

Se fue a los sitios en los que había vivido.  Consultó libros sobre esa figura.  Investigó todos los datos y, a partir de ahí, tenía que imaginarse una historia.  Se inventó la historia de una escritora española que va a investigar sobre ella -en realidad poco tenía que inventar sobre esto- .  Y mezcló cosas reales con Ángela, que es una escritora que poco tiene que ver con Ana Alcolea. Esto lo ha tenido que justificar muchas veces. Le dio otra vida más interesante y ligera que la suya.

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Nos señaló también que ella nunca hace planes cuando empieza una novela, nunca sabe lo que va a pasar.  Ella es una escritora de brújula, de los que empiezan con una cierta orientación, pero no saben lo que va a suceder.  Ahora está escribiendo una novela policíaca, lleva ciento treinta páginas y aún no sabe quién es el asesino y ahí está decidiendo, tiene varios sospechosos, porque se encariña con los personajes.

Últimamente ha navegado por dos mundos maravillosos: el de los libros y el de la ópera, con ilustraciones de David Guirao y Óscar Pérez. Su experiencia es maravillosa con estos dos ilustradores.  Ella no se mete en el trabajo de ellos, no les dice lo que hay que hacer o lo que le gustaría que hicieran.  Ella ha tenido hasta ahora muchísima suerte con sus ilustradores.  Salvo con una portada, que no nombró, que es de un ilustrísimo ilustrador que hace cosas maravillosas.

Pero no se debió leer el libro, se lo debieron contar e hizo una cosa muy fea como portada.  Ahora ese libro ya está ilustrado por David Guirao y tiene una portada preciosa. Insistió que, salvo eso, ha tenido mucha suerte. «El maravilloso mundo de los libros» fue un proyecto precioso que le propuso Anaya y que solo podría ilustrar David Guirao.  «El maravilloso mundo de la ópera» se lo dieron a Óscar López, que es de Valladolid, por el estilo de las óperas y dibuja de otra forma, y el resultado es espectacular.

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A ella le gusta que los ilustradores trabajen por su cuenta, sin que ella se meta, porque puede meter la pata.  El ilustrador lo que hace es su visión, su versión del libro, cómo ven las palabras, cómo analizan, cómo considera.  A ella no se le hubiesen ocurrido cosas que ellos proponen porque son geniales.  Son guiños absolutamente geniales y por eso al ilustradora hay que dejarle trabajar y que haga su trabajo.

Ana va a publicar cinco libros este año, algunos son infantiles.  Ha publicado ya tres y ahora sale uno en Latinoamérica.  Y luego, con la editorial Libros de ida y vuelta, la editorial aragonesa de Javier Nández, van a sacar una fantasía sobre Beethoven, con unas ilustraciones preciosas.  Va a salir antes de de Navidad.  También, tres de sus libros se van a traducir al árabe, en noviembre sale en árabe «Castillos en el aire» y está muy contenta.

Se puso en contacto con ella una traductora de Marruecos, que había leído unos libros suyos y le había gustado mucho como escribía.  Le comentó que una editorial emiratí estaba interesada en libros infantiles y juveniles españoles, quería traducir algunos de sus libros y han comprado los derechos.

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Respondió a alguna pregunta, indicando que casi todos sus libros parten de cosas suyas.  Dos de los que tiene para adultos (aunque los puede leer cualquier joven y no pasaría nada) son «Postales coloreadas» y «El brindis de Margarita».  Sobre la primera, nos explicó que, cuando murió su abuela con ciento tres años -había pasado todo el siglo XX por ella-, con una mente y una memoria lucidísimas, ella pensó -nieta única- que era imposible que lo que le había contado su abuela desapareciese.

Así que se inventó una historia para ligar todos los recuerdos que ella tenía de lo que contaba.  Es una historia familiar generacional que parte de sus tatarabuelos -de los que no sabe nada-.  Lo que no sabía se lo ha inventado y llega un momento en el que ya no sabes lo que es real y lo que te has inventado.  Se mezclan la verdad y la ficción, formando otra verdad suya propia.  Pero sí, ahí partió de muchos elementos reales.

Precisamente, el anillo que llevaba puesto era de dos de las protagonistas del libro, su tía Pilar y su abuela Mercedes, dos personajes que están con sus propios nombres en el libro.  Este libro lo leí e hice una reseña que podéis consultar aquí.

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Ella tiene que decir muchas veces que no es ella, pero en «El brindis de Margarita» sí que lo es.  Margarita tiene que ir a casa de sus padres a vaciarla, después de la muerte de ambos.  Y se encuentra con objetos, con olores, todos eso la va llevando a la época a la que ella fue adolescente, que casualmente fue la época de la transición española, de la dictadura a la democracia. Es la historia de una chica y sus amigas adolescentes. Es muy personal, aunque se ha inventado otras cosas, como el marido, que no es el suyo, un hijo que ella no tiene, unas amigas diferentes.  Aún así hay cosas muy reales.

«Las chicas de la 305» está basada en la Universidad Laboral de Zaragoza en el primer año que se inauguró.  Ella entró allí después, pero la ambientó en los primeros años. Y también ha sido muy personal escribirla.

Por último, me quedo con algo que comentó Ana Alcolea en la charla: «Cuando estamos leyendo, estamos viviendo el libro, estamos viviendo la historia.  Le damos al libro lo que somos.  Los libros son un espejo en el que nos miramos. Le damos al libro lo que somos en cada momento. Por eso, el libro va cambiando en cada persona y, dentro de cada persona, también va cambiando con el tiempo.  Todo que pasa por la palabra ya es irreal, es ficticio, aunque tiene mucha verdad. Una cosa es la realidad y otra la verdad.  El escritor busca la verdad, que no necesariamente ha de ser la realidad».

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¡Un millón de gracias a Ana Alcolea por su entretenida conversación y por compartir con los asistentes tantos detalles  interesantes!  Y os recuerdo que en esta página también podéis encontrar la entrevista que le hice en su momento.

Ana, gracias por tu dedicatoria en mi ejemplar, lo guardaré con todo el cariño.

Gracias también a los conductores del acto: José Luis Corral y Alejandro Corral, especialmente por plantear esas cuestiones que nos interesaban a todos.  Asimismo, gracias a Fundación Caja Rural de Aragón por esta magnífica iniciativa cultural y a la librería.

¡Estoy esperando ya con muchas ganas que lleguen los próximos lunes y escuchar a Santiago Posteguillo y Manuel Vilas!

 

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