Lunes de otoño Manuel Vilas Mis Palabras con Letras

Lunes de otoño. Manuel Vilas

El lunes 14 de noviembre tuve la oportunidad de escuchar al escritor Manuel Vilas en una charla titulada: «Imaginar mi universo literario«, dentro de la programación de «Lunes de otoño 2022», un ciclo organizado por la Fundación Caja Rural de Aragón.

Lunes de otoño Manuel Vilas Mis Palabras con Letras

Lugar: Sede Central Caja Rural de Aragón, C/ Coso 80

Horario: 19:00 horas

Fecha: 14 de noviembre de 2022

Precio: Entrada gratuita (era imprescindible inscribirse previamente).

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Como me gusta repetir, siempre es muy interesante escuchar y aprender de los escritores, así como conocer curiosidades sobre su forma de trabajar y aspectos de su obra.  Por eso, una parte de mi página está dedicada a hacer entrevistas a autores.  También por ese motivo, me encanta asistir, cuando puedo, al ciclo «Lunes de otoño».  Gracias a esta iniciativa,  he tenido la oportunidad de asistir a distintas charlas y os he contado las de Carmen Posadas, Isabel San Sebastián,  María Zabay, Rosario Raro, María Reig, Ana Alcolea y Santiago Posteguillo.

En realidad, se trata de conversaciones entre el protagonista de cada fecha y dos escritores de novela histórica: José Luis Corral y Alejandro Corral.  El marco es incomparable, el Salón de Columnas de Caja Rural de Aragón, un precioso edificio modernista en el centro de Zaragoza (el autor nos confesó que había celebrado allí su paso de ecuador.  Como ya os he indicado otras veces, el formato es muy atractivo, porque van surgiendo las preguntas, intercambiando impresiones y opiniones. Y existe la posibilidad de adquirir las obras de los tres y de que te las firmen.

Después de los agradecimientos correspondientes, nos presentaron a Manuel Vilas, un escritor aragonés.

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Manuel Vilas es uno de los nuestros, aunque es un hombre de proyección universal, él está enraizado y bebe de nuestra tierra. Hace unos veinte años, fue uno de los fundadores de la Asociación aragonesa de escritores, formando parte de la Junta Directiva, en la que también estaba José Luis Corral.  Tiene ya una trayectoria literaria extraordinaria, es uno de los grandes, uno de los más relevantes dentro del panorama literario español.

Ha sido profesor de literatura en varios institutos.  También a dado clase de literatura en Iowa (Estados Unidos).  Y ahora se dedica a la literatura y a escribir artículos, a participar en medios de comunicación. Tiene varios premios: el Premio de las Letras Aragonesas 2016 y ha sido finalista del Premio Planeta. Él tiene una doble faceta como escritor.  Por un lado, escribe poesía, una poesía de lo cotidiano.  Convierte en lírica lo que parece que no lo es.

Hace un par de semanas salió una antología poética suya: «Una sola vida». Es académico y también ha manejado el género del ensayo. Y sus novelas han tenido un gran éxito. «Ordesa» fue su gran éxito, la que consiguió un gran impacto y reconocimiento como el gran narrador que es. .Ahora, un año después de su publicación (el mundo de las editoriales y de los libros es vertiginoso), acaba de salir «Los besos» en tapa blanda.

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El autor empezó comentando que estar con un padre y un hijo le parecía muy bonito, a él sus hijos no le han salido escritores. Él conoció a Alejandro hace un año y le hizo mucha ilusión.  Ha pasado el tiempo y para bien, ve en él muchas cosas de su padre.  Reconoció que cada vez es más sentimental y no le importa decirlo, por eso esa combinación padre-hijo le conmueve especialmente, le parece un homenaje a la vida y la literatura, que compartan esa vocación es bonito.

Además, piensa en José Luis Corral con envida, porque tiene a su hijo más rato para él, va a disfrutar de Alejandro más tiempo.  Su trabajo es el mismo y eso les obliga a compartir.  Y eso al padre le tiene que entusiasmar, porque somos tiempo.

Hay una obra de Manuel Vilas que es bastante desconocida y es el himno de Aragón, participó en su composición en la Semana Santa del 88 en Daroca, donde Ildefonso Manuel Gil tenía su refugio – era de Paniza pero se sentía darocense- e iba mucho al bar Capi, el sitio donde iba a tomar café, donde se sentía como en su casa.  Allí fueron Ildefonso, Rosendo Tello, Ángel Guinda, Antón García Abril y él a componer ese himno por encargo de las Cortes de Aragón.

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Pasaron un fin de semana extraordinario muy divertido.  Él era muy joven, tenía veinticinco años, no sabía nada.  Ver a esos escritores y poetas que estaban todo el día riéndose, le pareció una revelación. Ahora que ha pasado el tiempo, quedan Rosendo y él, los demás han fallecido. Componerlo tenía sus rigores técnicos, porque había que hacerlo en función de una música que ya estaba compuesta por García Abril. Tenía un esquema métrico bastante ajustado y exigente.

Cada uno de los cuatro fue proponiendo sus versos, pactando y poniéndose de acuerdo.  Si uno se fija mucho y si ha leído a los poetas, puede deducir qué verso pertenece a cada uno. Luego el himno fue muy protestado, aquello fue tremendo. tensionó mucho, había detractores. Pero el tiempo todo lo amaina, solamente queda la memoria. De ahí surgió la expresión de Guinda -que era un genio y con un concepto del humor muy aragonés-: «hermaño hímnico«.

Hay una cosa muy aragonesa, que es el humor y, a veces, el humor comprimido, un humor conceptista.

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«Ordesa» es su primer libro con una gran proyección, un libro muy intimista, en el que se desnuda, construido por sus propios sentimientos. No puede renunciar a la sombra de esa obra, le persigue. Él no ha vuelto a leerlo desde que se publicó, cerró ese libro a principios del 17 y se publicó en enero del 18. Empezó a escribirlo cuando murió su madre en mayo del 14. Aquello fue un vendaval de emociones, terribles y tremendas, además estaba pasando una mala temporada.

Esa muerte le hizo una serie de revelaciones, fue como si su memoria se expandiera, creciera dentro de él y vio claro quiénes habían sido sus padres, en una especie de milagro laico. Se dio cuenta de que tenía que escribir sobre la familia en la que él había sido hijo, porque sino iba directo al olvido. Como lo que le movía a escribir sobre ellos era un amor profundo, eso le daba legitimidad para emprender una empresa de carácter emocional, íntimo y personal.

Si hubiese sido un ajuste de cuentas, por haber alguna incomodidad o rencor, puede ser cuestionable desde el punto de vista moral (aunque algunos lo hacen).  Su punto de vista era el de una carta de amor, enviada tarde y con una maldición en medio, la de no saber decir a tiempo el amor que has tenido a tus padres. La gente que lee «Ordesa» y le viven los padres, tiene este mensaje terapéutico y corrector. A los que no les viven, entran en ese laberinto de no haberlo dicho antes.  Ese es el eje más trascendental de la novela.

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Cuando murió su padre en 2005, él hizo un traslado de la personalidad de su padre a su madre, que muere en el 14. Entonces, cuando fallece ella, descubre que se le han muerto dos, porque había albergado el espíritu del padre en la madre. Con la muerte de ella, se presenta otra vez la muerte del padre, que él creía cicatrizada y no lo estaba, porque mientras vivía su madre, su familia sobrevivía. Con tal de que te viva uno, sobrevive la memoria. Cuando muere el último testigo de la memoria, aparece el posible olvido.

La novela surge del deseo de recordar la España de los años sesenta y setenta, en la que él fue crío: los coches, los electrodomésticos, los programas de televisión… Y comienza a escribir la novela con unas obsesiones que le parecen episodios de una disfuncionalidad total. Lo que fue increíble es que esa disfuncionalidad coincidiera con la de un montón de familias españolas.

Por ejemplo, su padre estaba obsesionado con su automóvil. Era viajante y era su herramienta de trabajo. De modo que Vilas vivió una infancia presidida por una máquina, formaba parte de su familia.  Eran su padre, su madre, su hermano, el coche y él. Lo vivió así, integró el coche en la familia, era importantísimo y les daba de comer. Su madre lo personificaba y si lo hubiesen podido subir al piso, lo hubiesen hecho, le hubiesen puesto cama y plato.

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Su padre no iba a determinados sitios si no había sombra para el coche. Hasta el año 75 a su padre le fue bien laboralmente -después no tanto con la crisis del petróleo-, entonces les llevaba dos semanas a la playa, a Cambrils. El autor recordó que su padre encontró un hostal a diez minutos de la playa, no en primera línea. Iban a una playa donde había cuatro sauces frondosos y que daban origen a ocho sombras.

De vacaciones, su madre le despertaba a las siete de la mañana y era todavía de noche.  Él, que no era tonto del todo , le decía: «si cuando voy al colegio me despiertas a las ocho, estando de vacaciones qué sentido tiene levantarse a las siete». Y ella le decía: «es que tu padre tiene que dejar el coche en la sombra».  Las sombras eran ocupadas por la gente que tenía ahí sus negocios, madrugaban y dejaban sus coches en la sombra.

Su padre tenía que llegar antes y ocupar esos sitios. Claro, las ocho y media de la mañana estaban ya en la playa y no había nadie.  Luego iban familias a las diez y le daban envidia porque le parecían normales. Estos recuerdos sentimentales de una gran intensidad, que han presidido su infancia y que eran fruto de una gran originalidad, debía contarlos. Los contó en «Ordesa» pensando que eran una disfuncionalidad y, a la semana de publicarlo, muchos amigos le llamaban para decirle que sus padres eran así también.

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Después, se ha encontrado a miles y miles de personas de la edad de su padre, -sus hijos se lo cuentan- que si no dejaban el coche en la sombra, sufrían. Le han contado historias infinitas sobre automóviles. España en los años sesenta debía ser: treinta millones de personas dando vueltas por la Península Ibérica buscando una sombra.  Sin saberlo, había dado con una tecla: la clase media española había podido comprar algo, esa gente no había podido comprar nunca nada, por eso lo cuidaban muchísimo.

Él supo que su padre se moría a través del coche.  Un día fue al garaje y vio que el coche estaba lleno de polvo, había dicho su adiós la vida y ese adiós fue dejar que el polvo cubriese el coche. Su madre era de otra originalidad distinta. Tras la muerte de su madre, todos esos recuerdos se presentaban con una intensidad inmensa y se puso a contarlos.  Luego coincidieron con un noventa por ciento de la clase española.

De hecho, su padre construyó su biografía con los coches que tuvo, todos fueron SEAT, le fue leal y fiel a España a través de esa marca, nunca se apeó de ese sentimiento.  Y todos los coches de la vida de Manuel Vilas también construyen su biografía.

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También nos contó que cuando se divorció (y antes también, cuando estudiaba) se enfrentó a lo difícil que es tener limpia una cocina. Estás todo el día limpiando y siempre hay algo que está sucio. Le abrumaba aquella necesidad de limpiar constantemente la cocina. De ahí recordó a su madre, que siempre la tenía limpia. Entonces supo darse cuenta del milagro callado y silencioso que hacía su madre teniéndola impecable lo que la esclavizaba y condenaba

Recordó entonces que en su casa de Barbastro tenían un salón de treinta y cinco metros que no utilizaban, no se podía entrar. Aquel piso tenía dos dimensiones: la parte que utilizaban y la que no, esperando a las visitas, aunque no iba nadie.

Y también rememoró que cuando tenía doce o trece años, pasaba con sus amigos por la una única tienda de discos de Barbastro y se quedaban fascinados con las cubiertas. Estaban los últimos de los Rolling Stones, de David Bowie, de Bob Dylan, de Lou Reed… Eran cubiertas llenas de colores, de provocación, de modernidad y se preguntaban en que país sucedía todo eso, porque en su pueblo no pasaba. Esa energía y esa pasión por la vida que era el rock and roll no tenía nada que ver con sus vidas. Atisbaban ahí una vida que querían para ellos.

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Luego se dio cuenta de que no estaba hecho para cantar, ni para tocar la guitarra y se dedicó a la literatura, que estaba cerca del rock and roll y le permitía expresar lo que él quería, eran espacios muy cercanos, puertas comunicantes.

Tiene un recuerdo maravilloso de la noche del Planeta -fue finalista, por lo que puede optar a ser ganador- con Javier Cercas.  Fue una dosis de adrenalina, fue maravilloso.  La gira fue importante y coincidió con la pandemia, la promoción tuvo que ser telemática, aunque la parte fuerte ya la habían hecho, porque se ponen a la venta en noviembre, y continuaron hasta marzo.  Pero les faltó Latinoamérica, que se suspendió.  Y luego volvieron con mascarilla, retomaron cosas pendientes.

Reiteró que es un recuerdo fantástico y tuvo la suerte de coincidir con Javier Cercas. Ya se conocían, pero eso sirvió para hacerse muy amigos y lo pasaron divinamente. Es un premio que descansa en los lectores, tiene una relación poderosa con el mundo de los lectores. Muchos lectores, cuando llega el Planeta, lo compran, lo leen y lo devoran. Eso tiene que ver con su origen y el momento de la sociedad española, una sociedad que iba a cambiar, iba a aparecer una clase media que iba a necesitar leer unas novelas todos los años, tener una formación literaria. Supo satisfacer esa necesidad sociológica que iba a surgir.

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Lo ganó con «Alegría».  Se dio cuenta de que le quedaba una región por explorar y era la de su persona convertida en padre, la relación con sus hijos, así cerraba lo que había iniciado con «Ordesa».  El proyecto autobiográfico quedó cerrado ya, el escritor pasa por épocas.  Él no planifica, su literatura es hija de lo que va viviendo. Está en la literatura porque le fascina la vida. Tiene grandes y enormes preguntas a la vida, no sabe muy bien qué pasa con esa maravilla, no sabe lo que es este gran misterio.

Todos somos hijos de ese gran milagro que es vivir. Es muy vitalista y se dedica a pensar, a ver qué es, a explorar, a entender, a averiguar ese gran don que recibimos de nuestros padres y que es estar vivos.  Y, a veces, recibe el encargo de la vida para que escriba sobre algo, la vida le lanza una historia y la escribe.

Por ejemplo, en «Los besos» empezó a pensar una historia de amor romántico.  Él ha visto que para él lo más importante es el amor, es el gran tema de todo ser humano, hace que vivas en plenitud, que la vida tenga sentido, hace que quieras seguir vivo, que es el motor de la alegría, de la felicidad del entusiasmo.  Exploró el amor familiar y le faltaba explorarlo en las relaciones románticas.  Y la novela que está terminando sigue explorando el amor romántico, pero porque le obsesiona y no ha encontrado nada más importante.

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Se siente más cómodo como narrador, porque de poeta no se come. Ha metido poesía en sus novelas, pero no de una forma predeterminada. Todos necesitamos que haya encanto, belleza, verdad, misterio.  Y todos esos conceptos son muy amigos de la poesía y que estén en una novela es importante. Por ejemplo, «Cien años de soledad» descansa sobre un cimiento poético. El poeta chileno Nicanor Parra decía «todo es poesía menos la poesía».

La poesía está en muchos sitios -música, cine-  y es una necesidad de belleza, de verdad, de magia, de misterio.  Su estilo muy reconocible es hijo de la vida también. El escritor tiene una mirada, cuando va trasladando lo que ve al lenguaje, al principio tiene muchas dificultades, porque necesita cultivar su mirada a través de palabras, La escritura es una lucha con las palabras, es una lucha con los adjetivos, con los verbos, con las oraciones, no se dejan.  Tienes que estar pactando, negociando con las palabras.

Y al final tu estilo es hijo de una manera de mirar, cuando un estilo es natural es hijo de una forma de interrogar a la vida. Quien gobierna la nave es la vida.

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Remarcó que «Alegría» es una utopía, pero hay que buscarla.  Se abre la novela con unos versos de José Hierro. Habla mucho del dolor, pensado que ese dolor ha de transformarse en alegría. Combustiona fuerte el dolor, pero luego, cuando has conseguido curarlo, se convierte de una forma misteriosa en alegría.

Añadió que la novela «Los besos» no es autobiográfica, pero sus novelas están hechas del mismo barro, no son lo mismo, pero para su mente es lo mismo, no hay distancia. Es decir, «Los besos» sería tan autobiográfica como las otras, y las otras tan de ficción como aquella. Ahí hay un divorcio entre cómo lee un lector y cómo escribe un escritor. El escritor lo ve todo de la misma naturaleza. Hay un punto que tiene que ver con la experiencia de la vida, cuando te das cuenta de que las personas que han muerto parece que no han existido.

A partir de ese momento, tú tienes una dificultad para distinguir qué es ficción y qué es realidad. Es un tema que abrió Cervantes y es un tema de gran aliento, es que nuestro sentido de la vida es una gran convención pactada, pero ¿hasta qué punto esa realidad es verdadera? Ahí es donde están los escritores, manejando esos mimbres tan dificultosos. .

En relación a cuándo es su mejor momento para escribir, señaló que sus neuronas están mejor puestas por la mañana, después de desayunar.  Pero él se ha ido acostumbrado a escribir en todo momento. Escribe también por la noche, escribe en función de la necesidad de contar algo. Lleva su ordenador en todo momento y su última obra en el ordenador.

Por último, indicó que tiene tres escritores que le han dicho por dónde podía ir con su saber y su forma de entender las cosas: Cervantes, Kafka y Walt Whitman. El tercero es un chute de alegría total para él, un amor a la vida lleno de fraternidad.  Y eso también está en Bob Dylan, esa utopía de la vida.

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¡Un millón de gracias a Manuel Vilas por compartir con los asistentes tantos detalles  interesantes y por mostrar sus recuerdos!  Me encantaría poder hacerle una entrevista para incluirla en esta página. La invitación queda hecha aquí. Descubrí a un escritor muy diferente al que imaginé leyendo recientemente «Alegría».

«Porque la vida, en su significado más profundo, solo se cumple en su recuerdo»

Gracias también a los conductores del acto: José Luis Corral y Alejandro Corral, especialmente por plantear esas cuestiones que nos interesaban a todos.  Asimismo, gracias a Fundación Caja Rural de Aragón por esta magnífica iniciativa cultural y a la librería.

¡Ahora toca esperar hasta la próxima edición!

 

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