Relato Los increíbles periplos sin rumbo Relatos Mis Palabras con Letras

Relato «Los increíbles periplos sin rumbo»

Mi relato «Los increíbles periplos sin rumbo», relato ganador en la categoría absoluta del VI Certamen de Relatos Cortos LA AZUCARERA

La Biblioteca para Jóvenes Cubit, en colaboración con la Asociación de Vecinos «Tío Jorge¬ Arrabal», el IES La Azucarera y ZARAGOZA ACTIVA, convocaron el Certamen de referencia.

Se establecieron dos categorías por edades: juvenil, para participantes con edades comprendidas entre los 12 y 17 años, y absoluta para participantes de 18 años en adelante.

El contenido de los relatos (motivos temáticos, personajes, argumento o ambientación) tenía que aludir necesariamente a algún aspecto relacionado con «La Azucarera», en su etapa actual o en el pasado.

El relato que presenté resultó ganador.

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La entrega de premios se celebró el jueves 17 de mayo de 2018 en la Biblioteca para Jóvenes Cubit, a las 19,00 horas.

Los increíbles periplos sin rumbo 

Mi abuela me repetía muchas veces que todo lo que se recuerda se vive dos veces.  Por eso, cuando quiero sentirme cerca de ella me acerco hasta aquí, hasta La Azucarera, para poder vivirla otra vez. Es difícil de explicar, pero en ese espacio es como estar a su lado, como notar su presencia y casi escuchar su voz.  Cuando tengo algo que contarle, por intrascendente que sea, voy a ese lugar, me siento en algún rincón y paso el tiempo con ella, hablándole en mi mente durante horas, intentando encontrar entre tantos pensamientos, su consejo o esa palabra con la que siempre acertaba.

Esta fábrica del siglo XIX recuperada en la margen izquierda del Ebro, tan moderna e innovadora actualmente, era nuestra particular factoría de sueños.  Pero no el edificio tal y como es en este momento. La inspiración de nuestra imaginación, nuestra lámpara maravillosa eran sus altas chimeneas. Esas que, cuando yo era niña, me parecía que tocaban el cielo y que, ahora me encantaría que así fuese, para trepar e intentar llegar hasta su ausencia.

Durante el trayecto, caminábamos de la mano hasta verlas y entonces, nos poníamos nerviosas porque cada una quería proponer el plan más absurdo, la ocurrencia más divertida o el propósito más sorprendente.  Queríamos dejar sin palabras a la otra o estallar las dos en una carcajada, de esas que luego duele la tripa. Al principio, jugábamos a pensar qué cosas podían salir de sus agujeros, cayendo por la ciudad sin hacer daño.  Nuestros primeros deseos no era muy ambiciosos, aunque sí bastante lamineros: azúcar, caramelos, bombones, galletas y requesón.

Después, pasamos a que la varita de nuestra fantasía, hiciese brotar de aquellos largos tubos objetos imprescindibles: estrellas, globos, flores, lunas, muñecas, vestidos bonitos, zapatos de charol, pinturas de colores, lazos de seda y hasta trenzas postizas.  Con el tiempo, pensamos que había que pasar a la acción e incrementar el nivel de exigencia a aquellos instrumentos mágicos.  Entonces pedimos que manase felicidad, alegría, sonrisas, paz, diálogo, respeto, libertad e incluso un poco de locura, en su justa medida.

Una tarde de otoño, tuvo una idea genial, que abrió nuestra maleta de posibilidades hasta el infinito y se convirtió en la aventura más especial.  Con los ojos cerrados, empezamos a ver cómo nuestras flautas de humo dejaban escapar nubes blanquísimas, igualitas que el algodón y capaces de llevarnos hasta el destino que eligiésemos, con la única condición de que ambas estuviésemos de acuerdo, prometiésemos no marearnos y no preguntásemos cuánto faltaba para llegar.

De ese improvisado modo, surgieron los increíbles periplos sin rumbo.  La palabreja me encantó. El nombre no era muy original, pero tuvimos que decidirlo rápido porque queríamos empezar a volar sin retraso.  Y todavía no sé por qué, pero se le ocurrió que aterrizaríamos sin escalas en La Habana.  No pregunté ni me interesé por la causa,  sobre todo, después de escuchar que cruzaríamos nuestro país entero y que, de un plumazo, sobrevolaríamos un océano de los de verdad.

Tampoco descubrí de dónde sacó tanta información, tantos datos exactos, cómo podía conocer cada ciudad al detalle, cada rincón interesante, cómo sabía qué teníamos que comer nada más llegar, quién nos iba a recibir, qué equipaje teníamos que preparar  y qué monumentos visitaríamos y cuáles dejaríamos para otra ocasión. Era parte de la magia.  Parte de la admiración y del enorme amor que sentía por ella.

Nuestra travesía por cada punto era una experiencia única e irrepetible, de la que nunca olvidábamos mandar una postal, para decir que estábamos bien y que no teníamos billete de vuelta.  A mí me encantaba lanzarla en el buzón, sin saber si llegaría antes que yo. Nuestros pasaportes se llenaban de sellos y sabíamos palabras en casi todos los idiomas.

Hasta aquel día. No me vino a buscar a casa, no hubo paseo hasta la fábrica, no pudimos aprovechar el fuerte cierzo para desplazarnos más rápido en el viaje.  Cuando la vi, me dijo que había llegado el momento de ir metiendo, sin prisa pero sin pausa, todo lo que habíamos sacado, de devolver a su lugar cada instante, cada sentimiento, cada anhelo que habíamos disfrutado juntas.  Pese a mi enfado inicial, a través de su cariño y sus  caricias, me convenció. Y empezamos a despedirnos lentamente, con menos palabras y más suspiros.

La última peripecia que compartimos, antes de poner la tapa a ese cilindro ajetreado, fue la más bonita.  Aliñado de ternura y un toque novelado, me relató el romántico inicio de su camino con mi abuelo, trabajador de esa industria hasta su cierre a comienzos de los sesenta.  Con una sincera sonrisa me explicó que, cuando sus miradas se cruzaron, de aquellas chimeneas llovían remolachas que, en lugar de convertirse en azúcar como debían, se transformaban en su amor.

Me confesó que esas raras gotas cambiaron su corazón y que, cuando él no pudo edulcorar más sus horas, tuvo que conformarse con el dulzor de la miel y probó el sabor amargo. Y eso no fue lo mismo.

 

2 Comentarios

  1. Inmaculada García

    Muchísimas gracias por mencionar el certamen y a ka Biblioteca Cubit.
    Tuve el privilegio de leer tu relato en alto, para el público, en directo y recuerdo la historia como entrañable.
    ¡Enhorabuena de nuevo, merecido premio!
    Saludos, Inma

    Responder
    • Palabras con Letras

      Muchísimas gracias Inmaculada, por pasarte por mi web, por mirarla con tanto mimo, por aquella lectura de mi relato y, sobre todo por tus palabras. ¡Habéis sido muy amables conmigo en todo momento! ¡No puedo estar más agradecida!

      Responder

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