Autora: Ana María Matute
Páginas: 396
Curiosidades
Me gustaría comenzar la reseña de «Paraíso inhabitado», indicando que su autora, Ana María Matute, es otra de mis escritoras preferidas. Era un auténtico placer escucharla, una maravilla oír sus respuestas en prensa, sus conversaciones con periodistas y una auténtica delicia leer sus textos. Perderse por sus páginas es vivir la magia de las palabras.
Para ella, el cuento era un elemento literario importantísimo. Tan importante en prosa, como la poesía. Porque a ella lo que más le gustaba, le atraía y le fascinaba de la literatura, era la poesía. Aunque ella nunca había sido capaz de escribir ni un poema. En su opinión, en prosa lo que más se aproximaba a la poesía era el cuento.
Afirmaba que el cuento debía tener las palabras justas, ni una más ni una menos, ni una coma más, ni un punto menos, únicamente lo justo. Y añadía que eso es lo que debía tener para ella, no que ella lo hubiese conseguido, que eso era otra cosa.
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Cuando escribió esta obra, «Paraíso inhabitado» hacía ocho años que no publicaba. Ella contaba que no era escritora de un libro al año, ella escribía cuando tenía algo que contar, que expresar. Aunque, también es cierto que en ese largo intervalo de tiempo, estuvo hospitalizada. En cualquier caso, este libro le costó dos años escribirlo. Para ella, cada vez que publicaba era una confirmación de que todavía valía, un poco por lo menos.
Incluso, por su edad, pensaba que tal vez podía ser el último libro. Aún así, ella explicaba con humor que todavía estaba en el viaje del aprendizaje. Y decía, riéndose, que ella era un bicho raro, como la protagonista de la novela. Señalaba que la ilusión se termina, pero no el amor, el amor queda, no muere con las personas, vive, está todavía.
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Asimismo, ella contaba que en ese paraíso inhabitado no vivía nadie, como indicaba el título. Era el paraíso que todos hemos imaginado, al que deseamos entrar, el paraíso de los deseos, donde nunca entró nadie. En el libro nos habla de una etapa importante de la vida, en la que se fragua todo, donde están los deseos, donde están las primeras experiencias, cuando se mira el mundo por primera vez.
«La infancia es fundamental. Yo creo que para todo el mundo, se dé o no se dé cuenta. El niño que fuimos pesa, de una manera tremenda, condiciona de una manera tremenda. Además, eso te lo dirá cualquier psiquiatra, no lo dice la Matute, no. El niño que fuimos es muy importante, la infancia marca. Yo digo y lo digo en «Paraíso inhabitado» que “a veces la infancia es más larga que la vida”.
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No sólo eso, nos confesaba que el libro tenía un poco de ella, pero no era autobiográfico. Su familia, afortunadamente, no tenía nada que ver con la familia de Adriana. Pero sí había detalles, matices, que le habían llegado a la memoria mientras lo escribía. Y le parecieron adecuados para la protagonista, por eso aparecen en la novela.
Reconocía que la infancia era un tema recurrente en sus historias, porque la infancia marca. Según ella, la infancia no siempre es tan edulcorada como la pintan, depende de los padres, del ambiente y de tu sensibilidad. Y diferenciaba entre ser ingenuo y ser inocente. De hecho, ella consideraba que seguía siendo inocente.
«La inocencia la pierdes. Aunque, te tengo que decir una cosa, yo tengo una suerte, yo la inocencia no la he perdido del todo, y eso, para mí, es importante; aunque se paga muy caro, te lo hacen pagar muy caro»
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El escritor Máximo Huerta regaló un ejemplar de este libro a José Guirao, cuando dejó de ser ministro de Cultura y Deportes y le entregó la cartera a su sucesor.
«La cultura nos hace más libres. Y más felices. Hoy me acuerdo de ti, maestra».
Sinopsis
«Nací cuando mis padres ya no se querían», recuerda Adriana, mucho después de que todo haya sucedido. Por ello, la niña se crea un paraíso propio, poblado por amigos imaginarios y una familia de su elección.
Esta felicidad a medida se ve perturbada cuando Adriana debe iniciar el periplo escolar y entrar definitivamente en el mundo de los adultos, un entorno que le resulta ajeno cuando no hostil. Sin embargo, siempre queda un refugio bajo las relucientes estrellas escondidas en los cristales de la lámpara del salón.
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Auténtica obra maestra en la aplaudida trayectoria de Ana María Matute, «Paraíso inhabitado» recrea un universo infantil delicado y maravilloso, que hipnotiza al lector desde la primera página.
Mi opinión
Estructura
El libro se divide en capítulos, concretamente en veintiuna partes.
Por otro lado, la historia está narrada en primera persona por Adriana, que nos transmite cómo fue su niñez, su infancia en una familia que ha perdido la ilusión.
La historia
«Paraíso inhabitado» es la historia de la niñez de Adriana, una niña que nace cuando sus padres ya no se quieren, en una familia que ya ha perdido la ilusión y la práctica del amor. Es un relato que se centra en su universo infantil, en su forma peculiar de entender el mundo y su dificultad para entender a los mayores, a los adultos. Y eso nos permite disfrutar de una mezcla de magia, de ingenuidad y de fantasía frente a la realidad.
El libro transcurre en los años 30, a punto de arrancar la Guerra Civil española. De una forma muy sutil, asistimos a distintos acontecimientos históricos y, también, a sus consecuencias.
La infancia es la protagonista, esa etapa, no exenta de sentimientos enfrentados y dudas sin despejar, es el recorrido de la novela. Y viajamos por él, a través de una niña inconformista y muy fantasiosa. Una niña que no comprende algunos hechos, algunas reacciones y muchas decisiones. Por eso, se rebela contra las imposiciones de su propia familia, del colegio y de las personas que conoce.
Y se centra en encontrar su propio paraíso, con valentía y con los recursos propios de la infancia. Pero, sobre todo, con la imaginación, con la magia y la fantasía, con su capacidad de dar la vuelta a las cosas, con los recursos que le ofrecen aquellos que se esfuerzan en entenderle y haciendo uso de la literatura, de los cuentos, para vencer sus miedos.
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Otra protagonista importante de la novela es la soledad. La soledad en distintos personajes y especialmente la de Adriana. Ella nos cuenta en primera persona, desde un momento posterior, su niñez. Desde esa perspectiva, desde esa distancia nos ofrece su visión infantil de entonces y otra más crítica, más consciente de la realidad. Y ambas confluyen para deleitarnos con un relato tierno y mágico, pero también, en ocasiones, demoledor.
«No puedo permitirme el disimulo ni la falsedad, porque estoy recuperando recuerdos, retazos de un barco de papel arrinconado al fondo de un cajón que nunca tuve valor para abrir» (página 13)
Ahí es donde aparece el tercer protagonista, el enfrentamiento entre el mundo infantil de Adriana y el escenario de los mayores, el de los Gigantes (como ella los llama), con sus problemas, sus contradicciones, sus errores, su manipulación, su forma de encarar la vida, su severidad, su cobardía, a menudo muy distantes de lo que pensaban de niños o de cómo querían ser..
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A través de Adriana, conocemos un poco mejor a los adultos, a los Gigantes. Para ella, son seres altos y extraños que le atemorizan (incluyendo a su padre y a su madre), son desapegados. Son impredecibles y un poco ridículos. No tiene nada que decir sobre las cosas de los Gigantes, su preocupación es huir de ellos, o por lo menos, pasar desapercibida. Secretos, siempre secretos, los Gigantes son verdaderos enigmas..
A mismo tiempo, siente curiosidad por ellos y sus cosas. Le sorprende cuando un Gigante quiere hablar con ella, con un Gnomo. Es imposible contradecirles, sobre todo cuando se encierran en refranes heredados. Dentro de ese grupo, existen otros como «ellos» o «los demás». Le intriga porqué lloran cuando parece menos adecuado, y permanecen impasibles en los momentos que son más apropiadas las lágrimas.
Los Gigantes tienen como costumbre habitual hacer cosas sin avisos previos. Y la mitad de cuanto dicen casi nunca se entiende.
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Además, ella nos enseña a ver la realidad desde su perspectiva. Incluso convierte el Cuarto Oscuro (sí, con mayúsculas) en el único sitio donde le dejan en paz, en una liberación, con una oscuridad amable, podría decirse que protectora, donde nadie le reprocha nada, donde nadie le pregunta nada. Porque allí estaba sola, deliciosamente sola.
Nos cuenta cómo se imagina a Satanás en camiseta y acarreando capazos, cómo oír a Miche Mon Amour despierta su imaginación y le traslada a paisajes nevados, invernales y muy lejanos, cómo navega hacia el salón en un barco de papel de periódico, cómo el deseo de permanecer es algo así como las sombras, cómo los armarios del Cuarto Oscuro forman el contorno de una ciudad flotante de dimensión desconocida.
También cómo imagina que no es solamente ella, sino también otras personas, como algún personaje de sus cuentos; cómo son los bandidos, cómo aprende a leer las palabras de la luz en las lámparas, cómo le preocupa la frase «las niñas juegan con las niñas, y los niños con los niños», cómo hay cosas que cuando eres niño se saben sin saber que se saben, cómo no quiere parecer otra o cómo era tener teléfono particular en aquella época.
Ella misma nos desvela que los libros de cuentos son historias más reales que la realidad de su vida cotidiana.
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Luego está el final. No, no, tranquilos, no voy a desvelaros nada, aunque todos los conocemos. Pero sí os adelanto que nuestra pequeña descubre un “paraíso inhabitado”, lo reconoce desde su ventana y todo se detiene. Le sucede como a los demás, que un día pasamos al otro lado, abandonamos nuestro paraíso y perdemos una parte de nuestra esencia. A pesar de que, por supuesto, no deberíamos.
Los personajes
Adriana nace cuando sus padres ya no se quieren. A pesar de todo, sus primeros años no son desgraciados porque ella se fabrica un mundo propio, donde vive sumergida en algún elemento nebuloso, y a veces extraordinariamente cálido. Tiene refugios, como la mesa de la plancha donde se esconde o recorrer el mundo nocturno de la casa.
Los libros y los cuentos son lo más revelador y dichoso de su primera infancia. Y por eso no es extraño que vea una bandada de once príncipes cisnes volar cierro arriba o que escuche suavemente la llamada de un conocido caramillo. En esa primera infancia, además de no hablar, no se ríe nunca. Es menuda, tan pequeñita que, a veces, se cree de la familia de sus amados gnomos.
Su corta estatura, unida a su capacidad de silencio, la convierten en una especie de esponjita que absorbe cuando escucha y ve. Su melenita es lista, rojiza e indómita. Tartamudea, es torpe y enfermiza. Lo que más anhela es que la dejen en paz. El peor de los castigos es apartarla de la cocina, del cuarto de la plancha, del patio interior de los chóferes. La conocemos con cinco años.
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El Unicornio vive enmarcado en la reproducción de un famoso tapiz. Uno de los recuerdos más lejanos de Adriana es cuando le ve echarse a correr y desaparecer por un ángulo del marco, hermoso, blanquísimo y enigmático. Una vez lo ve echarse a correr, en una carrera fugaz, como los destellos de cristal, desapareciendo en un ángulo del cuadro, seguido de un leve rumor de follaje pisoteado y olor a hojas caídas. Luego, vuelve a colocarse mansamente, bajos las manos de una mujercita rubia, que lo contempla entre amorosa, divertida o estupefacta.
En otra ocasión, cruza el valle recién descubierto, sin ruido de hojas pisoteadas, tan sólo hollando y dejando a su paso misteriosas huellas en el silencio solemne de la nieve. Y en otra, detiene su carrera, se queda quieto, vuelve la cabeza hacia ella, la mira y luego se funde en la oscuridad que le rodea. Su cuerno es torneado y de oro. En otra, no regresa casi al instante, se demora. Y, por último, lo ve en el cuadro pero nota su jadeo, casi le roza su agitada respiración, el temblor de sus patas, tras una fatigosa carrera, un penoso recorrido .
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Cristina es la hermana mayor de Adriana. Es una jovencita displicente, cuya sola mirada hace culpable a nuestro protagonista. No quiere aceptarla en su cuarto, lujoso e insípido. Es una alumna ejemplar, intachable, piadosa, aplicada y dulce. Sus travesuras son muy indulgentemente consideradas. Tiene rubios y espesos tirabuzones laboriosamente enrollados. Poco a poco suaviza su actitud con la pequeña, conforme va creciendo, hasta convertirse en una aliada poderosa, firme. Adriana cree que está muy sola.
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Jerónimo y Fabián son los hermanos gemelos (aunque no se parecen) y llenos de acné de Adriana, a quien no hacen el menor caso, tienen pocas y brevísimas conversaciones con ella, pero le muestran cierta simpatía, o quizá ternura. No sonríen, ceñudos e incómodos consigo mismos, ya no demasiado niños ni todavía hombres, adolescentes. Ceden sus lecturas a la niña y le dicen que son sus capitanes, que la defienden. Fabián es el más hablador, alto y rubio. Jerónimo más bajito, castaño-pelirrojo. En la novela se desvela su futuro.
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Don Germán es el padre de Adriana., es como una sombra que va de su cuarto a la salida, de la puerta de salida a su cuarto. En la casa tiene un despacho y una pequeña biblioteca, con los libros impecablemente alineados. Tiene grandes ojos negros, una frente ancha y cabellos negros, con algunas canas por encima de las orejas. Habla en voz muy baja y apenas sonríe. Descubre cómo llegar hasta su hija y conectan, incluso conversan simplemente apretando sus manos. Le escribe cartas.
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La madre de Adriana es una mujer distante, poco cariñosa y afectiva, muy marcada por las reglas sociales. La niña recuerda sus ojos verdes, su largo collar de perlas y su perfume. Le marca su perfume, a la vez sutil y persistente, cree que no lo olvidará nunca, incluso la sola palabra «mamá» lo trae consigo. Salvo contratiempos recibe la primera visita a media mañana, la segunda a media tarde, y la última por la noche. Es alta, guapa. A su hija a veces le parece tonta y recuerda sus escasos besos.
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La Tata María es la niñera de la casa, primero de Eduarda y la madre, ahora de sus hijos. Sus manos huelen a pan tostado. Cuida, abraza y acaricia a Adriana. Su uniforme es negro y azul. Parece saberlo todo, es la guardiana de todos los secretos de la casa. Es apacible, cauta y responsable. El registro de sus sonrisas y sus silencios está todavía por descifrar.
Un gesto muy suyo, sobre todo cuando opina sobre alguien de la casa, es acercarse la plancha a la mejilla para comprobar su calor. Es alta, delgada, la cabeza blanca y la cara cubierta de finísimas arrugas. Parece una criatura sin edad. Cuando clama a la Sagrada Familia es porque está o muy asustada o muy escandalizada. Sus besos son raros y espaciados. Sabe leer.
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Isabel es la cocinera de la casa, siempre sentimental. Su cabeza es ensortijada, su naricilla respingona, sus ojitos negros y pequeños, como dos granos de pimienta, su risa fresca y sonora. Los jueves sale, se arregla y huele a agua de colonia. Aunque rebasa los treinta se convierte en la amiga de Adriana, alegre, leal, confidente. Su uniforme es con delantal a rayas. No sabe leer ni escribir. Le une a la niña complicidad, además de cariño.
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La Tata María e Isabel son las que leen (la primera) y cuentan (la segunda) muchos cuentos a Adriana, libros desechados por sus hermanos. Son las personas más cercanas a ella y escucha sus conversaciones a menudo misteriosas, despertándole innumerables preguntas.
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Paco es el chófer y el primer amigo de Adriana, porque es la primera persona con la que entabla conversación fuera de la familia. Es un hombre gigantesco, que calza botas altas, como si fuera a montar a caballo, enfundado en su chaqueta de cuero. Él la llama su novia y le lanza besos con la mano. Todo el mundo le parece o pájaro o tonto. Los pájaros son sus preferidos, les quiere, les admira o, por lo menos, les respeta. A los tontos, desprecio total. En el patio interior lee el periódico de los deportes.
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Eduarda es la tía de Adriana, la hermana mayor de su madre (las hermanas son muy diferentes). No le gusta que la llamen tía. Tiene grandes ojos azules, parecidos o quizá iguales a los del Unicornio. Vive lejos, en las tierras del norte, en los restos de un castillo en ruinas. Dice que toda su familia es de origen normando. Piensa que la niña tiene su propio lenguaje. Es buena pero va a su aire.
Es una persona de la que se habla en voz medio baja, medio burlona, pero siempre con el acento de quienes no comprenden nada de lo que hablan. Conoce a Adriana mucho más que los que la llaman mala. Llega como un huracán, con mucho ruido. Es muy alta, tiene el cabello muy blanco, contrastando con su piel dorada sin arrugas. Viste con un traje casi de hombre, como de cazador.
Tiene la voz un poco ronca y fuerte. Habla poco, pero cuando dice algo parece poner punto final a cuanto se está debatiendo.
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En el colegio Saint Maur del paseo del Cisne: Sor Monique, Madame Saint Genis, Madame Colette («capitana» de Adriana, es alta, tiene dedos grandes y huesudos, ojos gris pálido con una diminuta punta de alfiler negro en su centro, su boca seca, de labios estrechos, no es amable ni valiente), Madame Saint Michel, Madame Saint Sulpice (tan viejecita que sólo se encarga del comedor, pasa el tiempo rezando, no se entera de nada) y Madame Saint Simon.
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El padre Torres es el preparador de la Primera Comunión de Adriana. Es un señor bajito, con una gran calva sonrosada que brilla al atardecer, tiene unos ojitos negros demasiado amigos entre ellos, casi juntándose sobre la nariz. Parece que siempre esté masticando avellanas, pero no mastica nada. Tiene una voz muy suave, y habla del infierno con todos sus padecimientos, y del cielo, con toda su gloria. También habla del demonio.
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Sagrario es la persona que se encarga y lleva a cabo la solución de todas las necesidades materiales de Eduarda. Todo él respira paz, sosiego, casi felicidad. Es muy menudo, con el cabello blando y ojos muy pequeños y relucientes. Sonríe casi siempre, y tiene los dientes muy grandes, muy blancos y sin una sola mella. Va vestido de una forma muy extraña. Calzón corto, medias y zapatos de hebilla. Pero de cintura para arriba se cubre con una toquilla de punto, camisa bordada y corbata azul.
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El farolero es otro amigo de Adriana que, al anochecer, vuelve con su larga pértiga y su gorra azul, con una cinta roja, a dar vida nocturna. Para la protagonista es casi volátil, porque sólo conoce su sombra mordiéndole los talones, alargándose tras su paso, de farol en farol.
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Michel es un amigo de Eduarda. Mide casi dos metros, sus piernas y sus brazos parecen troncos de abedul. Es pelirrojo, pero con muchas canas, y lleva una barba corta, y bien cuidada, y largos bigotes, completamente blancos. Es el Coronel o Michel Mon Amour o Miguel Strogoff. Habla en francés con un acento muy especial. Está a punto de cerrar su restaurante y regresar a París.
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Lev trabaja en el restaurante de Michel. Es un hombrecito calvo, vestido con un frac entre negro y verdoso, quizá no de su medida, porque se nota que le molestan los faldones al andar.
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La Cafetera es el coche de Eduarda, renqueante. Da saltos abruptos, maravillosos e inolvidables, es pequeño y va dando tumbos.
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Margot es una alumna del colegio de Adriana. Es una niña alta, más bien robusta – sus piernas son gruesas y poderosas-, y la única de la clase que lleva medias. No es una buena compañera con Adriana.
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Joaquín es el portero de la casa de Adriana. Lleva gorra de alto mando, un uniforme verde con galones dorados y sus patillas son blancas. Es muy serio, irascible y severo, siempre afea cosas a Paco. Despojado de la casaca, deja al descubierto la endeble estructura que normalmente cobija la prensa. Únicamente los largos bigotes blancos flanquean sus frases altisonantes de voz asmática, cada palabra que sale de sus labios es como un latigazo diminuto, colérico.
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Regina es la mujer de Joaquín. Va siempre envuelta en un delantal. Adriana cree que nunca ha oído su voz.
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Personas que llegan a la casa por la Puerta de Servicio: Mario (o Marisco para Isabel), el pescadero, le falta un diente en su sonrisa perenne y lleva un delantal verde con rayas negras; Fermín, el panadero, que da tres timbrazos, muy rubio, parpadea continuamente; Luquitas, el lechero; el carbonero, más ruidoso y tiznado de negro; el hombre de las barras de hielo en verano, que llevaba una capucha de saco.
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Tomasa es lavandera, la mujer que va a la casa los lunes y los jueves a lavar y tender la ropa. Esos días se queda a comer y da unos terribles puñetazos en la mesa mientras sujeta el cuchillo, punta arriba. Es muy guapa, muy robusta, sin llegar a la gordura, su carne es firme y apretada, también ruda y tremebunda, con voz poderosa. Tiene unos ojos muy grandes, de color verde, que echan chispas cuando habla. Se ríe con carcajadas cortas, secas. Es la Reina del Terrado. También conocemos su futuro.
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Zar es el perro lobo, grande ágil y saltarín de Gavrila.
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Gavrila es el amigo, el siamés de Adriana, una criatura insólita, salta de un lado a otro como si tuviera alas en los pies. Sus tirabuzones parecen flotar con su propio impulso. En los vaivenes de su abrigo de pieles surgen unas piernas largas, cubiertas mitad por mitad por un pantalón de terciopelo marrón, y unos largos calcetines a rombos. Su voz es de niño, pero tan poderosa que atraviesa cristales, cortinas y hasta paredes. Su forma de arrastrar y reforzar las erres la hace aún más sonora.
No tiene alas pero vuela. Es más alto que lo que parece desde la ventana. El tono de su piel es dorado y tiene pestañas rubias, larguísimas. La suavidad, casi angélica, de su rostro contrasta con la brusquedad de sus movimientos y el tono de su voz, de una potencia insólita en una criatura de su edad. Es una mezcla de suave belleza y súbita agresividad. Destacan sus grandes ojos azules, del azul de los cuentos que sólo existe en las profundidades del mar, y sus largas pestañas rubias, su prestancia, su forma de saludar y presentarse.
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Anastasio es el otro chófer. Su cara es carnosa y apacible. Mira al infinito.
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Antonia es la tía de la madre de Adriana.
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Ernesto es el chófer del taxi que conoce al padre de Adriana.
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Eliseo es uno de los porteros del Club La Peña.
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El Doctor Zarangüeta es un hombre, casi gordo, que viste capa y lleva patillas. Tata María dice que es muy bueno porque tiene una consulta gratuita en la Corredera Baja.
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La madre de Gravila y su familia salen escapados de la revolución de su país, Rusia. Ella es bailarina. Vive en uno de los pisos altos, lo que están debajo del terrado. Tiene visones y alhajas. En persona es menos alta de lo que parece en el escenario. Su cara es pálida, un rostro despejado, desnudo. Su perfume no es fresco, sino algo parecido a un aroma olvidado. Toda ella emana el sutil olor de algo que fue, que se ha ido sin remedio, quizá ella misma, o su arte, o sus esperanzas.
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Teo es el criado en casa de Gavrila. Hace de todo, limpia, cocina, cose, plancha… Y hasta borda, borda que es una maravilla. Se desvive por el pequeño porque nadie se ocupa de él. Es un hombre solemne, muy alto y muy pálido. Viste chaleco a rayas rojas y negras. Tiene largas patillas, cabellos negrísimos y orejas enormes, muy separadas de la cabeza. Sus ojos brillan con un casi invisible parpadeo de luz que, a veces, se percibe mirando fijamente las estrellas. Su rostro es pálido, sus orejas son alas de mariposa gigantes y sus ojos de niño perdido en bosque.
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Mauricio es el conde, la pareja de la madre de Gavrila que, supuestamente, la protege, la saca de la pobreza y le hace regalos.
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Cristián es el cartero. Es un hombrecito muy pequeño, con uniforme y gorra gris. Se quiere casar con Isabel, como Mario.
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Frutuoso es el novio bandido de Isabel.
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Patricia es una amiga de Isabel, que le cuenta las idas y venidas de Frutuoso.
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Adelita y Felisita son las grandes amigas de la madre de Adriana, amigas «de toda la vida», a las que sus hijos tienen que llamar titas. Carolina es otra amiga.
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Los sobrinos de Carolina son niños serios y callados, bien educados y prácticamente desconocidos. Van a colegios distintos.
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Georgina es la hija de Felisita. Una niña mayor que Adriana. No es antipática, es un poco gorda, de pelo rizado y ojos pequeñitos y muy negros. No le gusta mangonear, es apacible y callada. Su cara es blanca, pecosa, sus ojos como los granos de café.
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Los Benavides organizan un baile de Carnaval.
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El padre Rincón es al que oye Tata María las tardes de los sábados en la iglesia de los Redentoristas.
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El doctor Cifuentes es el médico de la madre de Gavrila. Es un hombre muy alto, robusto, que esparcía su fuerte olor a colonia. Un hombre duro y solemne, da un poco de miedo.
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Eulalia o Ulalia (como la llama su madre) es la hija de Tomasa. Es mucho más baja que Adriana, es rubia como su madre, pero muy delgadita. Y no tiene sus grandes ojos verdes, sino una especie de bolitas grises, brillantes, como añicos de una copia rota. Su boca entreabierta, como esperando recibir algo, o expulsarlo, no tiene nada que ver con una sonrisa. Tiene la voz ronca, casi afónica.
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Sabino es el tío de Eulalia, tiene una taberna.
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El ama Paz cuida a una niña de cinco años que vive en el edificio, una pequeña de negros tirabuzones.
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Crescencia es la nueva Tata, una muchacha muy joven, de grandes ojos vacunos, que parece asustada y medio muda.
Los lugares
La noche es el lugar de Adriana, el que ella se crea, o él la crea a ella, allí donde ella verdaderamente habitaba.
La casa es otra gran protagonista del libro, Se divide en dos partes: la parte «noble» y la otra, a la que se entra por la Puerta de Servicio, con el suelo sin encerar y donde está el cuarto de la niña, el cuarto de estudio, el de la plancha (con un vaho caliente, con su amorosa complicidad), la cocina (donde se narran cuentos, se desvelan historias familiares, y se cobijan secretos mal tapados, un enorme corazón latiendo)…
El cuarto de Adriana es pequeño, con una ventana de cortinas azules y amarillas, y gruesos visillos blancos. Desde allí se ve el patio interior tan importante en su primera infancia y en sus recuerdos.
El Cuarto Oscuro es un cuarto interior, con un ventanuco tapado por uno de los armarios que lo llenan. La luz no entra nunca, y la única bombilla que cuelga de una escuálida cuerda, está fundida.
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En la parte «noble» se ubican:
- El salón, la habitación más importante y misteriosa de la casa, las más espaciosa, tan enorme como sus muebles y todo cuando allí se acumula. Huele de un modo especial, una mezcla de olor a alfombra calentada por los radiadores, a cera de parquet, y a madera de caoba. Del techo cuelgan dos grandes lámparas, como árboles de cuyas ramas creces cristales.
- El pasillo, para Adriana un río por el que desliza barcos de papel, llenos de sucesos y anuncios.
- El despacho o la biblioteca del padre, con libros atiborrando las estanterías, con una puerta de cristal esmerilado, una mesa, una máquina de escribir, dos butacas y un sofá. La puerta de la biblioteca de al pasillo.
- El gabinete de la madre, donde hay un tocador lleno de frasquitos de cristal y espejos que también retienen y lanzan destellos, aunque no tienen significado para la niña.
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En la casa de Gravila, en el último piso del edificio, las habitaciones son grandes, quizá más grandes que en la casa de Adriana, y con enormes ventanas por las que entra mucha luz. El recibidor es también muy grande, abigarradamente amueblado, parecido a un salón con la Puerta Principal. La habitación del muchacho está llena de objetos, mitad juegos y mitad amontonamiento de trastos viejos, esparcidos por todas partes. Y con un llamativo teatro de cartón, con muchísimos libros y cuentos.
En el cuarto de la bailarina, su madre, hay un armario muy grande, en una pequeña habitación, ocupándola casi enteramente. Al abrir las puertas corredizas aparece un auténtico festival de vestidos, un pequeño carnaval de perchas.
…
La terraza con sus puertas corredizas de cristal, es bastante grande, con barandilla de piedra arenisca. En el extremo inferior de la barandilla que se abre sobre la calle, lejana, honda, se distingue un busto de león. En el muro de falsa decoración arenisca, se abre una ventana que sólo contiene el cielo y el vacío.
El terrado es donde Tomasa sube a lavar la ropa y a tenderla. Al final de los escalones, hay una puerta con una gran cerradura, y arriba los cristales de una claraboya que filtran la luz de la mañana. Todos los pisos de la casa tienen en el terrado, además del lavadero, un cuarto trastero.
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En la ciudad (Madrid) conocemos los jardines de la iglesia-convento de la Milagrosa; Saint Maur, el colegio del paseo del Cisne; los Jardines del Museo de las Ciencias Naturales; el enorme parque de papá; Club La Peña; un restaurante bonito y lujoso; la Gran Via; la Corredera Baja; Cuatro Caminos; la iglesia de los Redendoristas; el corral donde vive Eulalia; Mercado Abascal;
Visitamos el restaurante de Michel, su puerta es pequeña, de cristales y madera pintada de rojo, con dos ventanas, veladas de la mitad para abajo con visillos de lino bordado. Por dentro, es una estancia no muy grande, con mesitas pequeñas y cubiertas de manteles a rayas de colores con largos flecos. Sobre cada mesa hay un pequeño florero con flores silvestres y una palmatoria con una vela.
…
El día que sale con su tía Eduarda y sus amigos, Adriana visita un teatro muy bonito; un restaurante cercano al teatro, con muchos espejos y camareros – todos muy altos-, con las piernas enfundadas en delantales blancos y ceñidísimos, de vez en cuando extraen o introducen blancos paños humeantes de unas bolas metálicas con tapadera; y un hotel muy antiguo y muy grande, penden del techo lámparas arañas como las del salón, pero mucho más grandes, y sin misterio alguno.
En la ciudad del padre (Barcelona) hay mar y un teatro muy grande, conocido en el mundo entero y llamado el Liceo.
En las Ruinas trabaja Eduarda.
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Se mencionan Normandía en el norte de Francia, París, China, Rostov y su concierto de campanas; el balneario, su Laberinto Verde y el paseo del Mar; Bruselas; Barcelona.
Referencias
Hechos históricos o sucedidos realmente:
- Las huidas a Egipto
- La República
- Incendios de conventos e iglesias
- La guerra
Libros y literatura:
- Los cuentos de Andersen
- Los libros de Beau Geste
- Catón, libro de escuela
- Miguel Strogoff
- Libros con historias de romanos y vikingos; libros con espantosas guerras medievales
- Las historias de la Leyenda Dorada
- Piel de Asno
- Bibi, la niña danesa que narraba sus ires y venires
- Kai y Gerda en su Jardín sobre el Tejado, con la malvada Reina de las Nieves y el Palacio de Hielo
- El libro Heidi
- La soledad de Robinson
- Jim, el de La isla del tesoro
- Ricardo Corazón de León
- La Historia sagrada
- El rey Cuervo
- Las mil y una noches, cuando el Emperador de la China se viste para la Fiesta del Dragón
- Poesía para niños
- La Cenicienta, la Madrina y las hermanastras
- Hansel y Gretel
- El viento de los Viajes de Gulliver
- Peter Pan, Wendy, los Niños Perdidos y el País de Nunca Jamás
- El Impávido Soldadito de Plomo
- Caperucita
- El Patito Feo
- Rose Blanche, Rosa Rouge y su amado Oso de los Bosques
- El cuento de la NIña de la Nieve
- Un cuento de Dickens
- Los once Príncipes Cisnes
- Barba Azul
Prensa:
- Los ABC atrasados:
- Revista argentina Para ti
- Billiken, revista argentina para niños
Medicinas:
- Cerebrino Mandri;
- Ceregumil, un jarabe oscuro y dulzarrón
Oración:
- Jesusito de mi vida
Cine:
- Shirley Temple
- Un Noticiario
- Las cruzadas, Henry Wilcoxon y Loretta Young -Blanca de Navarra-
- Historia de dos ciudades
- Mares de China
- Ronald Colman
- Greta Garbo
Religiosas:
- Navidad; Dios; el Demonio; Ángel Luzbel; el Rosario y los Misterios de Gozo y de Dolor; Arcángel San Gabriel o Gran Batallador; Adán y Eva; las láminas de Santa Isabel de Hungría; Reyes; la Primera Comunión; Jesús, María y José; la Virgen de los Remedios
Ballet:
- Cascanueces de Tchaikovski
- Petrouchka
- La bella durmiente y la princesa Aurora
- Lago de los Cisnes
Cigarrillos:
- ABDULLA
Tiendas:
- Corsetería Venus
- La Casa del Niño
- Ultramarinos Santa Engracia
- Mercado Abascal
Establecimiento de refrescos:
- Espumosos Herranz
Whisky:
- Un escocés
Biombo:
- Chinois
Arte:
- La Gioconda
Castigo:
- El Cuarto Oscuro
Anuncios:
- Pilules Orientales
- Aceite inglés
Monumentos:
- Torre Eiffel
Juguetes:
- El Teatro de los Niños
- Meccano
Teatros:
- El Liceo
Ópera:
- Boris Gudunov
Fiestas:
- El Carnaval
- La Fiesta de la Patrona
- La noche mágica de San Juan
Música:
- La Piquer
Dibujos y cómic:
- Popeye
- Flash Gordon
Dulces:
- Pastillas de café con leche de Logroño
- galletas Rifacles
Álbum:
- Álbum Nestlé
Jabón:
- Lagarto
Zarzuelas:
- La verbena de la Paloma
- La Revoltosa
En resumen… «Paraíso inhabitado»
Este libro me esperaba desde hace mucho tiempo en una estantería de la librería, en mi salón. No sé exactamente desde cuando, pero sí que este verano llamó mi atención de una forma inesperada. Ahí estaba, con su preciosa portada, indicándome que había llegado el momento de sacarlo de ese lugar y de estar en mis manos. Durante un buen rato, miré ese Unicornio blanquísimo que, casi al instante, me atrapó.
A veces, los libros eligen cuándo deben ser leídos, cuándo van a ser más disfrutados, cuándo van a llegar más y mejor a quien los lee. Y esta novela acertó de pleno. Supo muy bien cuándo iba a ser importante para mí. Desde que lo abrí, su magia me cautivó y me ha hecho revivir muchos recuerdos de mi infancia, de ese período que, como bien dice la autora, nos marca para siempre.
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La autora, la gran escritora y fascinante mujer, Ana María Matute. Su obra «Olvidado Rey Gudú» es un imprescindible para mí (si no la habéis leído, hacedlo, no os arrepentiréis, os lo aseguro). De modo que sabía que no este libro no iba a defraudarme, que me conquistaría también y me llegaría al corazón, porque su narrativa es única, es magia pura, es mezcla de realidad y fantasía, es sencilla y cautivadora.
Perderse por su literatura es un deleite inmenso y maravilloso, al alcance de cualquier lector. Su manejo de los símbolos es, al mismo tiempo y contradictoriamente, muy natural y complejo. Es emocionante, casi hasta el llanto, cómo transmite las emociones, los sentimientos. Y es conmovedor cómo con pequeñas pinceladas, casi como restándoles trascendencia y peso, te traslada a los hechos históricos, al contexto de la época y al destino de algunos personajes.
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Cuando publicó «Paraíso inhabitado» compartió con los lectores muchos aspectos de su infancia con una increíble generosidad. Ella contaba que en su hiñes hubo, como en la de casi todos, de todo. Ella fue una niña solitaria y tartamuda. Además tuvo una madre excesivamente severa. Y reconocía que esta era la novela con más elementos autobiográficos que había escrito. Aunque por otra parte, pedía que nadie se engañase, que ella no era Adriana.
También explicaba que se había valido de la infancia para hablar de la soledad, de la dificultad de ponerse en la piel del otro. ¡Ay! La soledad, vaya tema. Lo cierto es que la mayoría de los personajes principales se sienten un poco solos, cada uno de una manera, pero solos. De hecho, Adriana, desde su inocencia, es capaz de darse cuenta de la soledad de los miembros de su familia. De la de su padre, que está acompañado pero solo, De la de su hermana, incluso de la de su madre o sus hermanos.
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En estas páginas, Ana María Matute quiso poner el acento en ese mundo privado de la inocencia que en un momento se destruye. Quiso mostrar cómo la infancia puede acabarse de un tajo, brusca e inesperadamente. Y para hacerlo, se valió de sus recursos literarios.
Es un tema recurrente en ella, porque de eso ya había hablado en otras novelas. Eso sí, pretende que el lector ponga de su parte, que no se quede en lo superficial, en el texto sí. Y con este propósito, introduce un buen puñado de sucesos y detalles, migas de pan y pistas para que el momento se reconozca fácilmente. Nadie puede quedar indiferente.
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Asimismo, quiero destacar que la autora insistió mucho en que no era una obra autobiográfica.. Sin embargo, no ocultaba que había muchas afinidades entre la niña que fue y la protagonista del libro. Por ejemplo, cuando se habla del cuarto oscuro se trata de un episodio que ella vivió de niña. O, también, su experiencia en el colegio de monjas. O el trato con la tata y la cocinera… Entonces, volvía a subrayar que no era autobiográfico en absoluto, porque su familia se parecía en nada a la del libro.
Por otra parte, me apasiona cómo hablaba de los cuentos. A ella, siempre le había parecido un género literario muy interesante. Siempre le había gustado muchísimo leer cuentos. Y, Chejov era uno de sus ídolos, por decirlo de alguna manera. Creía, además, que es muy difícil escribir un buen cuento; es tan difícil como escribir poesía. Estando en prosa, podríamos decir que se asemeja más a la poesía. Y a ella la poesía le parecía la máxima expresión literaria.
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Mi admiración por la Matute es absoluta, por su personalidad, por su coraje y valentía, por su sencillez y magnetismo, por su forma de escribir, por su narrativa perfecta, por ese uso de recursos, por sus concisas descripciones, por su facilidad para emocionar y hacer sentir… Y, tal vez, porque me reconozco en muchas de sus declaraciones:
«Yo soy muy frágil, tanto físicamente como de temperamento. Siempre digo que hacerme daño a mí es facilísimo, como es muy fácil también hacerme feliz. Lo que ocurre es que cuando tengo que enfrentarme a la vida, planto cara con una fuerza que ni sé de dónde me sale».
«Suelo escribir por la mañana, a las diez, porque no me gusta madrugar y, además, con sueño ni se puede escribir ni se puede hacer nada».
«Me cuesta un gran esfuerzo comprender el mundo que me rodea, y la gente. Mi capacidad de asombro ante el mundo y sus habitantes es tremenda».
Hasta hace bien poco, tenía una frase suya en la página de inicio.
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Y adoro a Adriana, esa niña a la que le cuesta encontrar su espacio, su camino, su felicidad. Esa criatura que se siente sola, pero no se rinde. Que imagina y se pierde en lecturas, que se esconde en rincones, a quien le gusta pasar desapercibida, que se acerca a quienes le reconfortan y entiende, a quien le gusta crear su propio lenguaje, rebelarse contra las imposiciones e inventar escenarios, situaciones y personajes en su vida.
Adoro a la niña, pero también a la persona que nos narra en primera persona esa niñez, esa infancia centrada en buscar un paraíso.
«Sólo con cerrar los ojos la recupero: no es la mejor música que he oído, pero sí la más evocadora para mí, la que sabe devolverme a un mundo propio, inventado y vivido a un tiempo, ya desaparecido, excepto para mi memoria».
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Me encantaría ser la sobrina de Eduarda, una mujer diferente, con una fuerte personalidad y una asombrosa capacidad de ser distinta, de empatizar con los problemas de los demás, de vivir a su manera, de entender el lenguaje de otras personas, incluso de una niña. Una amiga adorable, una jefa peculiar, con una visión práctica de la existencia.
Mirad lo que nos cuenta Adriana cuando se monta en el coche de su tía:
«Cuando me instalé en la Cafetera -«de copiloto», como ella dijo-, ya me sentí como en mi propia casa. Es decir, como en el mejor de mis escondites nocturnos y diurnos. No parecía una invitada, yo era parte de cuando me rodeaba. No era una extraña, no era un ser aparte, pequeño y huidizo, intentando sobrevivir entre los Gigantes. Era una piececita más de aquel desbarajuste ruidoso, traqueteante, con bruscas paradas y arranques insólitos, con las ventanillas abiertas al frío de la mañana»
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En fin, la infancia y su importancia, con sus problemas y sus dificultades, no tan dulce como la pintan, ni tan poco relevante. Coincido con la escritora, en que «el niño no es el proyecto del hombre, sino que el hombre es lo que queda del niño. La infancia es un mundo cerrado, como una esfera, algo que empieza y muere en sí mismo. Por eso todos los adolescentes tienen caras de náufragos, porque acaban de abandonar una isla y tienen que nadar hacia un continente que está lleno de vegetación y no saben lo que allí se oculta».
Y ahora, hacedme un favor, cerrad los ojos y recordad vuestra infancia. Pensad en todo eso que imaginasteis y queda en vuestra memoria, en esos amigos que inventasteis y en esos sueños que creó vuestra fantasía. Preguntaros si ese niño os reconocería, si aprobaría vuestro adulto. Pero hacedlo con cariño, intentando que se dibuje una sonrisa en vuestra cara.
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Esta historia está cubierta de una atmósfera mágica, desde los ojos de una niña. NIña sí, pero muy inteligente y muy observadora, capaz de mostrarnos, con una pasmosa veracidad e incluso con una cruda realidad, el mundo que le rodea, los defectos de sus padres, la realidad del momento histórico, los problemas de sus amigos, los sentimientos de los demás, los puntos débiles de los adultos…
Y no puedo dejar de mencionar el Unicornio ¡cuánto nos cuentan sus apariciones, sus demoras, sus detalles y desapariciones! Ese personaje es realmente la incesante búsqueda de un lugar para ser feliz, para existir, para hallar el paraíso. Esa búsqueda que todos llevamos a cabo, en la niñez y después. Ese paraíso que finalmente está inhabitado.
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Se trata de una historia preciosa, llena de magia, relatada con crudeza y ternura también, con crítica y con delicadeza, a través de un lenguaje que es casi poesía, con las palabras justas, con el ritmo que requiere. Y una historia plagada de símbolos, de personajes que representan sentimientos, son recreaciones de valores, cualidades y defectos.
Es un cuento (de esos que le encantan a la autora) convertido en novela. Pero no es un cuento infantil o para niños, es una historia con un importante trasfondo crítico, con multitud de referencias literarias, con múltiples incursiones de personajes de cuentos conocidos, con sorprendentes comparaciones, con objetos que tienen significado y cobran sentido.
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Sin ninguna duda, es una amena lectura que hace pensar porque profundiza en aspectos fundamentales de la infancia, tales como la importancia de la imaginación, el descubrimiento de la propia identidad y el enfrentamiento que va manifestándose contra lo establecido. Y lo hace desde dos puntos de vista, el de la niña que va creciendo y el de los recuerdos en otra etapa de su vida.
En conclusión, no es que recomiende el libro, es que estoy convencida de que las obras de Ana María Matute deberían ser obligatorias, imprescindibles. Y no, no estoy exagerando, lo pienso firmemente.
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Para ir terminando, ¿necesitáis que os diga algo más? Creo que está todo más arriba y que, sin duda, este libro está en vuestro listado de próximas lecturas.
En cualquier caso, os invito a leer «Paraíso inhabitado». Después, como siempre, cuando la hayáis leído ¡dejad vuestros comentarios!
Mis fragmentos preferidos
«A veces, los recuerdos se parecen a algunos objetos, aparentemente inútiles, por los que se siente un confuso apego. Sin saber muy bien por qué razón, no nos decidimos a tirarlos y acaba amontonándose al fondo de ese cajón que evitamos abrir, como si allí fuéramos a encontrar alguna cosa que no se desea, o incluso se teme vagamente» (páginas 7-8)
«Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier presencia » (página 72)
«Lo más persistente en mis recuerdos de aquel tiempo es una especie de piedra en que se convertía mi corazón. En cuanto atravesaba la verja, el peso de aquella piedra aumentaba a cada minuto» (página 77)
«Y fue entonces cuando intuí las dos vertientes de la soledad: la Mala y la Buena. La Mala era la ausencia de calor, de alguna caricia, de un beso volátil sobre mi flequillo. La Buena era la ausencia de intromisiones, exigencias y preguntas que estaban más allá de mi capacidad de comprensión» (página 84)
«Hablaba en un susurro como quien confía un secreto, o teme ser oído por alguien que no lo merece» (página 105)
«Pero a veces, durante los últimos tiempos, me había parecido llevar dentro, entre el pecho y la garganta, un puñado de piedras y un gran nudo. En ese momento, aquel nudo pareció, si no deshacerse, por lo menos aflojarse un poco» (página 112)
«Las palabras oídas en aquel tiempo han quedado grabadas en mi memoria más por la puerta que abrían que por la que cerraban» (página 119)
«Aquel día no lo había sentido, pero ahora sí. Tuve calor en el corazón» (página 136)
…
«Y de pronto me pareció que, por primera vez en mi corta vida, tenía una amiga: confidente, leal, alegre… Todo aquello que hasta entonces había presentido que podía ser la amistad» (página 140)
«Fue entonces cuando intuí que todos nuestros movimientos, incluso sentimientos, se producían mágicamente dentro de alguna sinfonía. Esa que luego, a retazos, reconocemos con los años, de donde brotan la añoranza o la memoria» (páginas 209 y 210)
«Gavi no me contestaba, sólo me miraba, tan dolorosamente que me pareció que aquel dolor se volvía mío» (página 239)
«Y no lloraba, pero me daba cuenta de que mi voz estaba húmeda, como empapada de las lágrimas que últimamente se resistían a brotar de mis ojos, que tal vez caían hacia adentro, sobre el montoncito de piedras que iba tapando, más y más cada día, el corazón» (página 251)
«Tanto había llegado a conocerle, y a su vez él había llegado a conocerme a mí, que sólo él y yo podíamos leer nuestro silencio» (página 275)
«Por primera vez alguien no sólo me quería, también me amaba con todo lo que significaba esa palabra, tan incierta y temblorosa» (página 290)
«Me invadió una tristeza suave: quizá eso que llaman melancolía» (página 294)
«Y por vez primera tuve algo así como la nostalgia precoz, sutil y efímera de lo que aún no había sucedido, pero sucedería» (página 308)
«Y de pronto supe que había abierto la puerta a las ausencias que arrastraban su sombra a lo largo de las paredes; fugaces, casi translúcidas, antes de desaparecer» (página 381)
Los fragmentos que me hicieron reflexionar
«me conocía mucho más que los que me llamaban mala. Por otra parte, este calificativo no me ofendía demasiado, porque, pensaba, ser mala sólo significaba no ser como los que me lo llamaban» (página 35)
«Aquella primera sensación de «nosotros» y «ellos» me persiguió aún durante mucho tiempo; y aún hoy me asalta de cuando en cuando, devolviéndome sombras que acaso no desaparezcan jamás de mi memora. Tal vez la infancia es más larga que la vida (página 66)
«Y entonces sentí un gran deseo de comunicar la paz o la felicidad, esa peligrosa palabra que no debe pronunciarse y de que de pronto había llegado a mí. Pero sólo se me ocurrió apretarle la mano. Lo hice una sola vez, y casi al instante él me devolvió el apretón; y lo hizo dos veces. Los dos mirábamos hacia el cielo casi blanco, y con otro apretón de manos volví a decirle que le quería. Me respondió de la misma forma. Creo que nunca, ni antes ni después, he mantenido una conversación más íntima, más explícita. Ni tan bella» (página 116)
«Y me esperó tanto que todavía está ahí, con su mano levantada, saludándome. En ese tiempo, en ese lugar indefinible donde se guarda lo más profundo y, quizá, lo más inexplicable de la memoria» (página 138)
«Pero una niña desaparecida, como todos los niños que no mueren» (página 217)
«Acaso, aquel silencio, reflexivo y temeroso a partes iguales, nos unía más y más. Qué melancolía me llega saberlo: si no hubiera sido así, si en aquel momento lo hubiera expulsado de mis recuerdos, mi vida hubiera sido distinta» (página 322)
«El silencio puede ser la revelación más cruel» (página 365)
Palabras aprendidas
- Caramillo: Flautilla de caña, madera o hueso, con sonido muy agudo. Zampoña, instrumento a modo de flauta. Planta del mismo género y usos de la barrilla, con el tallo fruticoso, erguido y pubescente, y hojas de color verde claro y agudas. Montón mal hecho. Chisme, enredo, embuste.
- Gollete: Parte superior de la garganta, por donde se une a la cabeza. Cuello estrecho que tiene algunas vasijas, como garrafas, botellas, etc. Cuello que llevan los donados en sus hábitos.
- Vilanos: Apéndice de pelos o filamentos que corona el fruto de muchas plantas compuestas y le sirve para ser transportado por el aire. Flor del cardo.
- Nimbada: Participio de nimbar: Rodear de nimbo o aureola una figura o imagen.
- Samovar: Recipiente de origen ruso, provisto de un tuvo interior donde se ponen carbones, que se usa para calentar el agua del té.
- Estolidez: Cualidad de estólido: Falto de razón y discurso.
- Galipandia: No está en el diccionario de la Rae. Pero significa: Catarro. Jaqueca. Enfermedad leve.
Hola querida María Jose: un gusto enorme saber de ti nuevamente. Deseo hayas tenido unas muy bonitas vacaciones en familia. Muchas gracias por tu generosidad y tiempo que tomas para compartirnos estas «excelentes reseñas» de los libros que has leído. Te confieso aún no la he terminado de leer, una vez que la haya terminado toda te comentaré al respecto. Un abrazo a la distancia desde Houston TX. Resido en esta ciudad pero soy de Bogotá Colombia.
¡Muchas gracias Litz Charry por tu visita y por tu comentario! Es la reseña de un libro maravilloso y muy especial. Otro abrazo de vuelta para ti hasta Houston TX y otro para Bogotá. Tómate el tiempo que necesites para acabar de leer la reseña, es bastante larga. ¡Y te espero por aquí siempre que quieras!
Quería saber si me recomiendas este libro para una jovencita de 16 años . He leído el libro y me ha gustado mucho.
Gracias por tu reseña tan detallada. Es muy interesante !
¡Muchas gracias, Carmen, por tu visita, por tu comentario y por tus palabras sobre la reseña! En mi modesta opinión, es un libro que puede leer perfectamente una jovencita de 16 años. Lo que si le explicaría es que la amistad protagonista es una gran metáfora. Por lo demás, creo que lo disfrutará. ¡Gracias de nuevo y te espero por aquí siempre que quieras!