En una fecha tan señalada, 23 de abril, publico aquí, junto a otros, mi relato «El nombre legado». Me emociona compartirlo con vosotros. No, no ha ganado ningún premio. Sin embargo, creo que ha llegado su momento. Mi única pretensión es compartirlo. Y esperar. Aguardar vuestras reacciones y poder comprobar si gustan mis palabras.
De modo que, con una enorme ilusión, lo dejo en vuestras manos. Me encantaría que lo leyeseis y que me dieseis vuestra opinión. Vuestro parecer será positivo o no, pero siempre será bienvenido.
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El relato comienza así:
Recuerdo con increíble nitidez, casi como si fuera ahora, la primera vez que me asomé al oscuro cuarto de mis padres y lo vi llorando como un niño mientras miraba, sin apartar la vista ni un instante, una pequeña fotografía que sostenía con firmeza y delicadeza al mismo tiempo, acariciándola con su pulgar lentamente con una cálida suavidad irreconocible en él. A pesar de mi corta edad en esa época, no podré olvidar ese día, por aquella imprevista escena que continúa sobrecogiéndome, incluso cuando la evoco en la actualidad. Me estremece la estampa de un hombre fuerte, habitualmente reservado en sus sentimientos, parco en sus palabras y rudo en sus acciones, entonces encorvado y refugiado en su dolor, indefenso en su debilidad y frágil en su afligido lamento.
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También me acuerdo por ser la fecha en que, estrenando la oportunidad y con la soltura de la novedad, las mujeres pudieron votar en nuestro país en unas elecciones generales. Las semanas previas y posteriores, no se habló de otro tema en la calle, en los cafés y en los corrillos de mercado y de portal, siendo ajenos esos ciudadanos a la fugacidad de ese derecho, recién conseguido por ellas. Sin esperar los resultados, secundarios para muchas, mi fascinante y cautivadora tía Lupe trajo a casa una botella de anís para celebrar la ocasión, dando buena cuenta de su contenido con mi madre. Lo que comenzó con un alegre brindis por la desconocida y precaria igualdad, pasó pronto a mundanos e inofensivos chascarrillos, a bonitos y divertidos recuerdos de su infancia compartida, para terminar en asuntos más trascendentes. Así, alternaron durante horas lágrimas y risas, según el momento de la conversación y el estado de ánimo de esa pareja fraterna, achispada por el licor en aquella tarde de noviembre, cuando los otoños eran pura nostalgia y preámbulo de frío y heladas. Cuando nadie era consciente del extenso y árido desierto que nos acechaba tras el conflicto.
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Para leerlo completo, lo podéis descargar en el siguiente enlace:
El nombre legado
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